La cultura megalítica ha dejado huella en casi todos los lugares de Galicia. Tantos que, en ocasiones, hasta pasa desapercibida y, en muchos casos, ignorada. Tierra de leyendas, historias y unos antiguos pobladores que le daban una gran importancia a la muerte y para los que todo que giraba alrededor de ella, se estima que puede haber entre 10.000 y 20.000 mámoas repartidas por todo el territorio gallego. Pero, ¿qué son las mámoas? Se trata de túmulos artificiales de tierra, que suelen ser circulares u ovalados, que en muchas ocasiones incluyen piedras. Conocidas también como medoñas, medorras, modias o madorras, según la zona de Galicia en la que se encuentren, señalan el lugar de uno o varios enterramientos.
Es habitual confundir y utilizar de manera indistinta la palabra dolmen y mámoa que, si bien forman parte del mismo conjunto megalítico, no son exactamente lo mismo. Realmente, el dolmen es la cámara interior funeraria, que se construye con grandes piedras verticales que, a su vez, sostienen una piedra horizontal que cierra la parte superior de dicha cámara. Y la mámoa es, precisamente, el túmulo de piedras tierra y vegetación que recubría la tumba, que quedaba con forma de ‘mama’, de ahí su nombre.
Su tamaño varía, aunque suelen medir entre los 10 y los 30 centímetros de diámetro y tener entre uno y dos metros de alto. Sin embargo, no todos cumplen las mismas características, ya que algunas llegan a tener hasta 60 metros de diámetro y seis de altura. Se cree que estos últimos son los más modernos. La mayoría de las mámoas gallegas están ubicadas en lugares altos y planos, si bien algunas, como la medorra de Sistil Branco y el Alto das Malladas, en Chandrexa de Queixa, están situadas en zonas de alta montaña.
Historia de las mámoas
Se cree que la mayoría de estas construcciones tienen unos 6.000 años de antigüedad, ya que pertenecen a los antiguos pobladores que habitaron Galicia durante el Neolítico, es decir, entre los años 5.000 y 3.000 a.C. Se trataba de una cultura que concedía una mayor importancia a la muerte y al Más Allá que a la propia vida. La función de estos túmulos era la de realizar enterramientos colectivos. De hecho, los fallecidos en el Neolítico se enterraban con un ajuar de alimentos, armas, útiles, adornos e incluso ídolos.
A pesar del gran número de mámoas que se estima que existen, la realidad es que se cree que muchas fueron destruidas a lo largo de la historia. Existen múltiples leyendas que relacionan estas construcciones megalíticas con seres mitológicos como las mouras, que guardaban importantes tesoros ocultos en su interior. Por eso, un gran número de túmulos fueron violados y alterados en la antigüedad.
Así, por ejemplo, en 1609 al dueño del Couto de Recimil de Parga, D. Pedro Vázquez de Orxas, se le otorgó una cédula real para escavar las mámoas en la búsqueda de esos supuestos tesoros, a cambio, por supuesto, de una parte de las riquezas que encontrase. Por eso, muchas de ellas desaparecieron, llevándose consigo datos históricos que nos ayudarían a conocer mejor estos monumentos funerarios. También influyó la reutilización que se hizo de ellos desde la época romana, pues algunos empezaron a usarse como puestos de vigilancia.
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